29 Noviembre 21

El gran retorno de la movilidad: El automóvil no es la gran respuesta

La experiencia de la pandemia y su consecuente crisis económica, han cambiado para siempre nuestras vidas, y en particular, las experiencias de vivir y movernos en nuestras ciudades. Una transformación relevante que hemos experimentado es el aumento importante de las tasas de motorización, sumado a que el transporte público aún no recupera la cantidad de pasajeros que tenía previo a la crisis.

A lo anterior, se suma un aceleramiento de la tendencia de las personas a vivir más lejos del centro de nuestras ciudades, producto de cambios -no solo en actitudes y gustos- como la fuerte alza del precio de las viviendas. Y el resultado lo vivimos a diario: cada vez son mayores los niveles de congestión vehicular, y más largos los tiempos de viaje, sobre todo en las horas de entrada y salida al trabajo. Si bien la congestión es un síntoma de que la ciudad tiene actividades económicas y sociales que requieren movimiento, altos niveles de congestión conllevan pérdidas económicas (tiempos perdidos y productividad), ambientales (mayor polución y ruido), y sociales (mayores niveles de estrés y pérdida de la calidad de vida).

Sin embargo, es posible ver que la respuesta más repetida por nuestros tomadores de decisión es fomentar la infraestructura, con altas inversiones para automóviles y camiones; mientras que los esfuerzos en incentivar el uso, acceso e infraestructura para el transporte público, la bicicleta y caminata son muchísimos más tímidos. A pesar de que sea una tendencia mundial, que en la Región se continúe con esta tendencia es una actitud altamente miope respecto a lo que se requiere para crear mejores condiciones de vida futuras, tanto económica, ambiental y socialmente.

Partamos por la racionalidad económica. El uso del automóvil masivo no es posible dada la reducida cantidad de espacio que tenemos en nuestras ciudades: si todas las personas utilizaran automóviles, simplemente no cabemos. Este argumento parece simplista, pero tiene una racionalidad económica profunda. Y es porque precisamente el espacio urbano es uno de los recursos más valiosos que tenemos en nuestras ciudades y por ello debemos utilizarlo privilegiando aquellos modos de transporte más eficientes en el uso del espacio y que generen consecuencias positivas para la salud, como el transporte público y la bicicleta, respectivamente.

¿Qué hay acerca de lo ambiental? A las consabidas consecuencias de ruido y accidentes, se ha argumentado que la electromovilidad permitirá que nuestra creciente dependencia del automóvil no genere consecuencias adversas en el medioambiente. Sin embargo, esa es una verdad a medias. En efecto, se requiere una mirada integral del ciclo de vida completo de la elaboración y uso de automóviles eléctricos, considerando cómo se produce electricidad y a la extracción de materias primas claves para su producción. No es claro que los costos sean tan bajos respecto a sus beneficios si solo dependemos de automóviles eléctricos para combatir estos desafíos.

Y finalmente lo social. Privilegiar implícitamente el automóvil a través de la infraestructura genera inevitablemente desigualdades en la inversión pública dedicada a quienes pueden utilizar este modo y quienes son dependientes del transporte público. A ese argumento de equidad es importante agregar el argumento de calidad de vida. Si hay algo que aprendimos en pandemia es la relevancia de poder acceder a bienes y servicios en la cercanía de nuestros hogares, y la capacidad de disfrutar espacios urbanos caminando. Por todo ello, es nuestro deber aprovechar esta crisis para buscar soluciones que vayan más allá de las “obvias” de privilegiar la infraestructura basada en el automóvil.

Juan Antonio Carrasco Investigador principal Cedeus - Investigador ISCI y Académico de la Universidad de Concepción-

Fuente: El Sur Concepción – Edición Especial