#Opinión No es el modelo; es la política
‘… Aún hay tiempo para intentar escapar de la trampa del ingreso medio, pero la estrategia seguida es incorrecta y el tiempo avanza más rápido de lo que uno quisiera…’.El modelo económico chileno tiene, como todos los países capitalistas y desarrollados, sus cimientos en la protección legal de los derechos de propiedad y al derecho a comerciar libremente, sujeto a ciertas regulaciones que garanticen que esto se haga competitivamente y con respeto al marco institucional del país. Estos cimientos son, a mi parecer, inamovibles. El resto de las características del modelo son modificables a la luz de la racionalidad que provee la evidencia empírica y los desarrollos científicos en las últimas tres décadas.
Por ejemplo, la autonomía del Banco Central es una de las tantas instituciones que surgió de esta racionalidad y que, hoy por hoy, no debería estar puesta en entredicho debido a su éxito —Chile ha logrado contener su inflación como ningún otro país de la región.
Por otra parte, la gratuidad de la educación superior es el resultado de la discusión irracional avalada por la presión política de un grupo de interés, la popularidad y el deseo de varios políticos de encontrar el aplauso fácil y obtener poder sin mayor esfuerzo. El resultado de esta es un sistema educacional más segregado y con un deterioro importante en la calidad de la educación superior para la gran mayoría de las universidades adscritas a ella, con la excepción de las universidades de élite. Además de limitar los recursos, siempre escasos, para necesidades urgentes en la educación escolar y prebásica.
En el último tiempo hemos visto varias propuestas, como la co-determinación, impuestos a la riqueza, atracción de capital humano avanzado, política industrial, fin del sistema de capitalización individual, fin de las concesiones en algunas áreas, etcétera. Todas, a priori, ideas plausibles y dignas de ser discutidas con la racionalidad que ameritan. El problema creo está en que estas propuestas como están formuladas actualmente no se hacen cargo de la evidencia empírica, los desarrollos científicos y las aplicabilidad de ellas en diferentes contextos culturales e institucionales. Esto se debe, en gran medida, a que la derecha vive en las trincheras del conservadurismo, donde todo cambio es, per se, un retroceso, y la izquierda se atrinchera en un infantilismo revolucionario, donde cambiarlo todo es, por sí mismo, virtuoso. A esto se suma una manera de hacer política basada en el aplauso fácil y la búsqueda de votos sin hacer mayor esfuerzo que la radicalización de posturas.
Un ejemplo concreto de cómo el debate actual no logra resultados positivos es la cuestión de los impuestos. A pesar de que hay fruta colgando del árbol que es fácilmente alcanzable, como son eliminar la exenciones tributarias; la elusión tributaria; la renta presunta; igualar el impuesto al diésel con el de la gasolina; poner impuestos a las ganancias de capital; aumentar la base del impuesto a la renta, y discutir la viabilidad de un impuesto negativo al ingreso, discutimos el fallido impuesto a la riqueza y la instauración de un ingreso mínimo garantizado.
La derecha ve los impuestos como un mecanismo que solo sirve para proveer incentivos, mientras que la izquierda lo ve solo como una manera de redistribuir riqueza. La verdad es que cumple estas dos funciones y la de financiar el funcionamiento del Estado y la política, ambas fundamentales para garantizar una convivencia cohesionada y virtuosa entre los diferentes ciudadanos de una nación.
Para retomar la senda del crecimiento que Chile mostró entre 1990 y 2014 y, a la vez, corregir aquellas dimensiones que el exitoso modelo adoptado en los últimos 30 años no ha logrado mejorar en forma sustancial, necesitamos intensificar las bases del modelo; es decir, asegurarnos de que la competencia llegue a todos los mercados, asegurar la igualdad de oportunidades y retomar el buen hábito de hacer propuestas basadas en la evidencia empírica, los avances científicos y la viabilidad política (acuerdos) e institucional. Si esto no ocurre, el futuro de Chile es más bien uno donde el progreso será escuálido, la segregación y falta de cohesión social se perpetuarán y la pobreza y desigualdad se verán acrecentadas.
Aún hay tiempo para intentar escapar de la trampa del ingreso medio, cosa que ningún país de Latinoamérica ha logrado, pero la estrategia seguida es incorrecta y el tiempo avanza más rápido de lo que uno quisiera.
Fuente: El Mercurio