#Opinión Mi reforma tributaria
‘…importar las políticas tributarias de países desarrollados sin considerar las diferencias culturales en las normas sociales y en las matrices productivas, solo puede terminar en un fracaso…’.Los tributos cumplen varias funciones: i) recolectar los fondos necesarios para el funcionamiento del Estado y el financiamiento de las políticas sociales; ii) redistribuir recursos desde los más adinerados hacia los más desposeídos; iii) corregir imperfecciones de mercado y proveer incentivos, y iv) comunicarles a todos los miembros de la sociedad que todos tenemos que colaborar en el financiamiento del Estado y sus políticas, y que todos somos beneficiarios de los bienes y servicios que él provee.
Una mala reforma tributaria implica no recaudar lo deseado y, a su vez, generar incentivos perversos que inducen a la elusión y evasión, a la informalidad y al éxodo de recursos hacia el exterior.
Mi propuesta consiste en cinco elementos fundamentales:
1. Eliminar la renta presunta, igualar el impuesto al diésel con el impuesto a la gasolina, dar igual tratamiento tributario a diferentes activos financieros, y eliminar otras franquicias tributarias que no cumplen ninguna de las funciones mencionadas más arriba.
2. Bajar el IVA a un 8% destinado a impuestos generales, más un 2% destinado a las arcas fiscales regionales. El IVA es un impuesto regresivo en el corto plazo, dado que la gente de menores ingresos consume un mayor porcentaje de su ingreso corriente. En el largo plazo es neutral, dado que todo ingreso se gasta en bienes y servicios, pero dicha neutralidad puede tomar generaciones, perjudicando a los más pobres en el corto y mediano plazo. Entregar un 2% a la región correspondiente le provee los incentivos necesarios para hacerla más atractiva, ya sea para turismo o producción a través de dar más y mejores bienes y servicios públicos locales.
3. Aumentar la base del impuesto a la renta, de forma tal que un mayor porcentaje de la población comprenda que somos todos los que financiamos el gasto público, y una mayor progresividad y tasa máxima. Esto, por una parte, hace que los ciudadanos exijan más y mejores prestaciones al Estado, y por otra parte, los motiva a estar atentos frente a olas populistas que intentan recaudar más a través de este impuesto, sin una compensación acorde en términos de bienes y servicios proveídos por el Estado.
4. Instaurar un impuesto negativo al ingreso, el cual consiste en que todos aquellos que tienen un ingreso menor a un cierto monto reciben un subsidio, y todos aquellos con un ingreso superior pagan impuestos. El subsidio debe ser decreciente y el impuesto creciente en el ingreso generado por el individuo. Además, este impuesto debe ir acompañado de un ingreso mínimo, cuya magnitud dependerá de lo recaudado y de los ahorros que provengan de la evaluación de los programas sociales actuales, de forma tal que aquellos que no tienen los resultados esperados se corrijan, con el fin de que esos recursos no se desperdicien o se reasignen para financiar el ingreso mínimo. Este sistema permite atacar directamente la desigualdad de ingresos, dado que quienes ganan más, pagan más proporcionalmente, y a su vez quienes ganan menos reciben más dinero de parte del Estado. Una tasa de subsidio decreciente con el ingreso provee incentivos para trabajar y ganar más en relación con una tasa constante. Las tasas de impuestos deben ser cuidadosamente elegidas, de forma tal de no inhibir el trabajo y la generación de riqueza, la cual es fundamental para mantener el crecimiento.
5. Revisar todos los impuestos y subsidios específicos y corregir todos aquellos que no cumplan su objetivo, el cual es internalizar las externalidades y corregir distorsiones que el consumo del respectivo bien genera. Por ejemplo, un permiso de circulación creciente en el valor del auto encarece la compra de autos de mayor tecnología y seguridad, y menor contaminación.
Importar las políticas tributarias de países desarrollados sin considerar las diferencias culturales en las normas sociales y en las matrices productivas, solo puede terminar en un fracaso. Así, un impuesto a la riqueza ahuyenta la inversión y no recauda lo esperado, como lo muestra la evidencia para los siete países donde actualmente dicho impuesto existe. Un impuesto muy alto al ingreso desalienta la formalidad del trabajo, que es un fenómeno ya demasiado extendido en Chile. En parte el éxito del futuro gobierno de Gabriel Boric descansa en el éxito de la reforma tributaria, y ese no se mide solo por la mayor recaudación, sino también por el éxito en las otras tres dimensiones expresadas al comienzo.
Por Felipe Balmaceda IPE-UNAB, MIPP, e ISCI
Fuente: El Mercurio