La primera Escuela de Verano Indígena buscó motivar a jóvenes de La Araucanía con la educación superior
Muchos escolares de pueblos originarios aún desconocen las alternativas que esta ofrece. El encuentro buscó poder revertir el fenómeno.
Según datos del Ministerio de Desarrollo Social, solo un tercio de los jóvenes de entre 18 y 24 años pertenecientes a algún pueblo indígena asiste a una institución de educación superior.
Como una forma de revertir esta cifra, esta semana se llevó a cabo la primera Escuela de Verano Indígena, un encuentro entre escolares y académicos organizado por las universidades de Chile, Bío-Bío y La Frontera.
El evento se desarrolló durante dos días en Nueva Imperial (Región de La Araucanía) y reunió a académicos, estudiantes universitarios y escolares de 7° básico a 4° medio en el liceo Luis González Vásquez. Fue allí —a través de charlas y talleres prácticos— donde a los jóvenes se les explicó por qué continuar con los estudios al egreso de enseñanza media supone una ventaja y donde se les dio un primer acercamiento a distintas materias: energías renovables, cuidado del medio ambiente e internet de las cosas fueron parte de los temas que se abordaron con los más de 200 escolares que llegaron.
‘La convocatoria fue bien increíble; las municipalidades nos apoyaron mucho y pusieron buses. Llegaron de Cholchol, Galvarino, Pitrufquén, Puerto Saavedra, Carahue y de otras comunidades alrededor’, comenta Doris Sáez Hueichapan, profesora del Departamento de Ingeniería Eléctrica y parte de la subdirección de Pueblos Indígenas de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile.
‘Esto fue una idea que se genera desde los propios territorios. Nosotros mantenemos allí un trabajo con los lafquenches y las comunidades del lago Budi, y uno de los loncos nos planteó que los niños indígenas tenían poco contacto con las universidades; que no sabían de qué se trataban’, explica Sáez.
En comunidad
Así surgió la idea de difundir la formación técnica y universitaria ‘pero desde sus propios territorios’, diferenciando a esta experiencia de una escuela de verano tradicional (estas se suelen llevar a cabo en los campus de cada institución, y los alumnos deben trasladarse).
Otra característica que diferenció a la primera Escuela de Verano Indígena fue que esta comenzó con un llellipun o ceremonia mapuche, la que estuvo a cargo de representantes del Hospital Intercultural de Nueva Imperial, quienes manifestaron la relevancia que tiene facilitar el acceso a una educación de calidad a estudiantes de esas zonas.
‘Venimos fundamentalmente a mostrar parte de esos saberes que tienen que ver con la tecnología, que permite llevar calidad de vida a las personas, y sabemos que si llegamos a los jóvenes ellos sabrán cómo innovar y ponerla al servicio de sus comunidades’, explicó Patricio Álvarez, decano de la Facultad de Ingeniería de la U. del Bío-Bío, a propósito del encuentro.
‘Yo lo que quiero es estudiar Medicina Veterinaria para ayudar a los animales y a mi comunidad’, comenta Lien Luengo, alumno de 13 años, quien este año comienza 8° básico y que participó en la Escuela de Verano Indígena, luego de que su papá se enterara y le contara de la iniciativa.
‘De la experiencia, lo que más me gustó fue poder armar un autito que se movía con cables, pilas y un motor’, señala Lien. Poder ver el trabajo de una impresora 3D en vivo también lo sorprendió.
Thiare Pichun, estudiante de 2° medio, agrega: ‘Aprendí a hacer crema, jabón y biodiésel con aceite usado; hasta me traje potes a mi casa. Fue interesante y creo que incluso cambió mi mundo, porque ahora quiero estudiar Bioquímica. Nunca había conocido una carrera así’.
‘De mi núcleo familiar más cercano, mamá, papá y hermanos, sería la primera en estudiar. Soy la mayor, hace un año nació mi hermano, y pienso que hay que darle un ejemplo a los más chiquititos’.
Thiare agrega que una de las cosas que más la entusiasmó aprender fue sobre los cupos de admisión especial de las universidades, que incluyen, entre otras, alternativas para mujeres o alumnos de pueblos originarios.
Fuente: El Mercurio