Das Kapital
‘… la solución no es cambiar el modelo más exitoso de Latinoamérica, y menos aún por modelos probadamente fracasados, como los que proponen la izquierda radical y la derecha populista…’.
El desarrollo requiere capital físico, humano y social. El capital físico son los recursos destinados a la inversión en activos fijos utilizables como insumos productivos. El capital humano es el acervo de conocimiento adquirido a través de educación y experiencia, que permite aumentar la productividad. El capital social se refiere a la red social de conocidos, sus interrelaciones y su utilidad. Cuando esta se utiliza adecuadamente aumenta la productividad, ya que facilita encontrar un trabajo adecuado al capital humano y el acceso a recursos para emprender, disminuye los costos de transacción y permite la cooperación, dado que la confianza es mayor entre conocidos, y aminora las asimetrías de información y poder.
Las economías desarrolladas alcanzan tal condición cuando el capital físico, humano y social se acumulan en forma permanente, y sin concentración excesiva en ningún grupo en particular. Por ejemplo, las sociedades latinoamericanas, donde el capital físico, humano y social se concentran en la clase empresarial y política, tienen bajos niveles de desarrollo, alta desigualdad y segregación, sufren de desconfianza y resentimiento, tienen altos costos de transacción, baja cooperación, ineficiente asignación de capital humano y redes sociales aptas para proteger privilegios y coimas.
Desde el retorno a la democracia, Chile se embarcó en un proyecto modernizador que puso su mayor énfasis en el capital físico, en menor medida en el capital humano y una muy menor en el capital social. Esto permitió pasar de un PGB per cápita de US$ 4.511 en 1990, a US$ 26.247 en 2019 (PPC US$-2017, World Bank); mejorar la calidad y cobertura de la educación. El puntaje de la prueba PISA-Lenguaje creció de 410 a 452, PISA-Matemáticas de 411 a 417 y PISA-Ciencias de 438 a 444, entre 2001 y 2018. Sin embargo, las brechas de rendimiento a través de los diferentes niveles socioeconómicos son de hasta cuatro veces.
El CAE, introducido en 2006, permitió aumentar la matrícula universitaria en un 50%; mejorar la salud; aumentar la movilidad social, y mejorar la desigualdad en forma sostenida, de un coeficiente de Gini de 57,2 en 1990 a uno igual a 44,4 en 2017 (World Bank). En resumen, el proyecto modernizador transformó a Chile en el país más desarrollado de Latinoamérica y, a su vez, estableció la democracia más sólida de la región, junto con la de Uruguay (17 y 15, The Economist’s Democracy Index).
Sin embargo, no fuimos capaces de los cambios necesarios para seguir por la senda recorrida entre 1990 y 2015. La acumulación de capital social y humano, aunque positiva a todos los niveles, fue desigual y no logramos corregirlo. La educación de un niño que nace en La Pintana hoy es mucho mejor que en 1990, pero la de un niño que nace en Vitacura, es aún mucho mejor que en 1990. Se puede decir que un niño que nace hoy en Lo Espejo tiene una red social más conectada y útil, pero un niño que nace en Lo Barnechea la tiene aún más. Este último tiene una red que le permite ascender en una empresa, si tiene los méritos, de una manera mucho más fluida que el niño que nació en Lo Espejo, que tiene los mismos. Las ciudades de Chile son más segregadas geográficamente que en el pasado, las escuelas también, y las universidades, que habían disminuido su segregación, la han visto aumentada desde 2018.
La solución no es cambiar el modelo más exitoso de Latinoamérica, y menos aún por modelos probadamente fracasados, como los que proponen la izquierda radical y la derecha populista. Estos destruyen el bienestar y el progreso, en especial el de los más desposeídos, y generan conflictos sociales recurrentes. Basta ver Venezuela hoy, Europa del Este antes de los 90, el EE.UU. de Trump y el Brasil de Bolsonaro. La solución es aumentar la inversión en capital humano y social, y mantener la inversión en capital físico. Esto se hace principalmente invirtiendo fuertemente en educación preescolar y escolar, y disminuyendo la segregación. Por lo tanto, es necesario, por un lado, educar en el pensamiento crítico, la cultura cívica, la libertad y la dignidad del ser humano por su condición de tal, sin importar el grupo específico al que se pertenece.
Por otro lado, hay que promover la fraternidad, en lugar del resentimiento, entre los ciudadanos; integrar los barrios, impulsar la inversión de bienes públicos, como parques, centros deportivos, bibliotecas, y propender a un sistema escolar más integrado. Sin embargo, nada de esto parece ser parte de la agenda; en cambio, lo son las consignas de matinal, los relatos revolucionarios infantiles y las soluciones populistas, todas sin racionalidad alguna más que la obtención del aplauso fácil.
Fuente: El Mercurio